El paisaje como expresión del alma
Publicado por
Tobías Cortés
En el marco del 12º BAFICI, se presentó “Hadewijch” de Bruno Dumont (Selección Oficial Internacional), probablemente una de las mejores de todo el festival. La película presenta la historia de una chica enamorada literalmente de Jesucristo. El camino que recorre, la tentación del encuentro con el otro sexo, la lleva a toparse con un igual masculino, mayor, y teólogo musulmán, que la instruye en el camino de la sacralización del cuerpo entregado a Dios. Una película muy bien contada y humana, en el sentido de que hay pocos indicios metafísicos maravillosos que den cuenta de esa relación. En lo personal, amante de Favio, siempre agradezco en las películas como esta el detalle maravilloso, momentaneo aunque sea, que me deje deslumbrado, por más que narrativamente sea “innecesario”; pero aquí es claro que esto al director no le interesa, y me parece bien que así sea. Lo metafísico, si se quiere, aparece desde otro lugar más común y menos maravilloso:
Al finalizar la proyección, un hombre le preguntó por la relevancia de los paisajes, en tanto que era evidente su importancia en la película.
El paisaje es un tipo de plano en la narración muy subestimado: por lo general se lo piensa más en relación a dar idea de ubicación de los personajes o de dónde suceden los hechos. Es sabido que el “fondo”, la manera en la que está ambientado un escenario/set, es 100% narrativo: una habitación: todos los objetos, postres, detalles nos cuentan como son los personajes que los habitan. El paisaje del que hablamos, en cambio, es diferente: funciona como un contraplano al personaje.
La respuesta de Dumont a la pregunta del espectador fue soberbia: “El paisaje es el interior del personaje: cada vez que se filma uno, refiere directamente a un estado emocional, interior del personaje. Es como si estuviésemos viendo su propia alma”.
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