El contenido de este blogspot son ensayos, artículos, críticas u opiniones acerca del cine y del arte en general. Por favor, no mal-interpretar las intenciones: en el cine como en el arte no hay verdades absolutas, y lo que haya a continuación no es más que un punto de vista por momentos humilde, por momento pretenciosos. Para más info acerca de los objetivos de este espacio, por favor, remontrse a la primera nota.
"PRUEBA=NO ERROR"

Artaud como una posibilidad de dirección de los pueblos suspendidos


Voy a tomarme el atrevimiento de decir que los hombres hoy parecen suspendidos, como paralizados. Digo “atrevimiento” porque doy por absoluto algo que seguramente (por lo menos espero) no lo es; es “atrevimiento” también porque pretenderé hablar por sobre cabezas seguramente más capacitadas que la mía. Lo cierto es que es un tema que me inquieta en particular, vaya a saber uno porqué. Como miembro de una generación que se crió con el parpadeo de los televisores y la computadora, sería fácil adjudicarle el problema al sistema del cual yo hago uso hasta para escribir estas palabras. También resulta fácil echarles la culpa a nuestros padres que “permitieron” el advenimiento de estos nuevos mecanismos de control. Lejos de querer separar víctimas y victimarios, interesa más a este ensayo esa “zona gris” de la que hablaba Primo Levi en donde todos estamos inmersos, casi in-identificables.
Sabemos que el sistema capitalista es una máquina que pretende fagocitarlo todo. Sabemos también que hoy en día no hay titiritero que valga; que él mismo ha sabido erigir una pequeña sucursal en cada una de nuestras casas, que logró con el tiempo cierta autonomía, hasta fundar una verdadera patria en cada uno de nosotros. Pero considero que esto es posible solamente porque supo (y sabe) emboscarnos cuando estábamos “perdidos en el bosque”: la hipótesis que propongo es que dicho advenimiento fue posible porque logró imponerse en el segundo inmediatamente posterior a la apertura de los campos, cuando la imagen de lo que nunca imaginamos ser se reveló ante nuestros ojos. Y si esto es y fue un acontecimiento planetario que signaría el porvenir de toda nuestra cultura (basta con recordar la sentencia de Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”) , es porque actualiza, actualizó y actualizará las millones de imágenes del “límite” distribuidas y ocultadas por todo el globo y la historia. Auschwitz se convierte en el paroxismo inmediato de las conquistas romanas y europeas, de las persecuciones de los primeros cristianos en Europa, de los negros en Norteamérica, del patacón que pagaba el estado argentino por cada oreja de tehuelche o mapuche en 1880. También es el de Guantánamo y de la ESMA. Recordemos el final de “Noche y Niebla” de Alain Resnais:

“(...)Con nuestra sincera mirada examinamos esas ruinas,
como si el viejo monstruo yaciese bajo los escombros.
Pretendemos llenar de nuevas esperanzas
como si las imágenes retrocediesen al pasado,
como si fuésemos curados de una vez por todas,
de la peste de los campos de concentración.
Como si de verdad creyésemos que todo esto
ocurrió sólo en una época y en un solo país.
Y que pasamos por alto las cosas que nos rodean,
y que hacemos oídos sordos al grito que no calla.”

Fragmento final de Noche y Niebla (1956) – Dir: Alain Resnais – Texto: Jean Cayron y Chris Marker



Lo que quiero decir aquí es que estás imágenes nos dejan insólitamente mudos, afásicos. Ahí donde se nos corta el aliento, escarba también la cabeza que quiere interpretar y una suerte de grito que clama por una respuesta. Pero no la encuentra. La cuestión se suspende casi inmediatamente. Se oirán respuestas medias que proponen el olvido o alguna explicación lógica a lo que no la tiene, se adorarán diversos “chivos expiatorios” o simplemente se hará silencio. Sabemos que el silencio es la ambigüedad, una indecisión, que genera la angustia y desconfianza de lo ausente, pero que así y todo lo comunica; que en todo caso, lo ausente silenciado facilita la posibilidad de pensarlo, como desarrolla Jean Luc Nancy. En definitiva, lo reprimimos: se engendra la culpa y con ella se instala el trauma. Lo ocultado aparece una y otra vez con miles de disfraces más sutiles (lo que en psicología se llama acting-out o “el retorno de lo reprimido”) desfilando frente a nosotros que aguardamos a la espera de un impacto que por lo menos sea efectivo como un disparo en la sien. Perdidos en medio de este bosque, el sistema acecha y nos embiste ofreciendo distracciones que justifican y prolongan la falta de elaboración del trauma: en vez de “aislarlo” para luego tomar cierta distancia que posibilite un pensamiento crítico al respecto que ponga en tensión los diferentes términos y de es manera recuperar cierta potencia de aquel ausente, lo tapa, bloqueando los procesos de duelo, y sustituyéndolo por reemplazos pobres en potencia que exigen su sustitución constante en tanto que no alcanzan más que para “pequeños simulacros de elaboración”, que le aseguran al mercado la venta contante de “falsas novedades”. A esto Frederick Jameson lo llamó “la reinvención del mercado” en la Post-Modernidad.
En Bolivia, por ejemplo, los mineros de Potosí celebran el carnaval, bailan con el Diablo y luego van a misa. Y el lunes siguiente, algunos con 14 años, penetran en su Pacha, dominio de los muertos y no de los vivos, para continuar con la que se convirtió en la única industria posible de la ciudad a partir de la conquista. Descienden amparados únicamente por “El Tío” (nuevamente el Diablo) con quien beben y fuman antes del descenso, dejando su filosofía de vida que baja de los cerros y su religión impuesta de lado. “Creemos en tantas cosas que al final no creen en nada”, dice un minero. En realidad, en lo único que pueden creer, lo único que “se les está permitido” es en el presente. Podemos hablar aquí de transculturación, pero este termino no basta no basta para hablar de su cultura, de su identidad como pueblo, de su pasado. De hecho pareciera que la pregunta por la identidad queda suspendida, dejando a un país entero en ese mismo estado. Y estamos hablando de una pregunta con más de 500 años.
Aquí mismo, el genocidio aborigen sigue siendo asignatura pendiente. Incluso los múltiples discursos y formas de abordar los delitos (y no hablo de las formas legales) de lesa humanidad más recientes siguen siendo insuficientes e irrisorios en muchos casos (la “teoría de los dos demonios” o las especulaciones de aquellos que sugieren que hay 30 mil argentinos deambulando por Europa). Por no sumar a esta lista otros conceptos como el de “territorio” que hoy en día exigen que se los vuelva a pensar en relación, por ejemplo, a los asentamientos en Villa Soldati, entre otros.
La obra de arte, la poesía, pareciera no bastar, en tanto que las distracciones propuestas por el mismo sistema las excluye y dilata o las “fagocita”, las sistematiza. También a ellas las suspende. Se da que, en un pantallazo de la escena artística nacional actual, cada vez se producen más y más “retratos” de la sociedad (o de determinado segmento de ella), como si la exposición de sus imágenes por facebook no bastaran. Es más bien una tendencia onanista, que se regodea en sí misma. Pero también podemos leerla como la búsqueda de aquella imagen que perdió.
Considero en este sentido que muy apresuradamente hablamos de Post-Modernidad, a veces. Que lo que ella sugiere (los postulados por Jameson, Vattimo, Calabrese y otros) debe pensarse como un “impasse”, una “preparación”: es el segundo de silencio antes del estallido de una bomba o es último timbre que determina la apertura de un telón. Decir que es la superación de la Modernidad, a mi entender, es distinto a decir que son sus efectos. Ya su “rótulo” sugiere una estrecha relación entre ambas. Aquello que “esperamos ver, es lo que no esperamos ver” (como dice el eslogan cool de I-Sat en el BAFICI).
Quiero decir que no podemos abordar el tema con la ligereza y frialdad que a menudo ofrecen los textos. Que debemos encarar el problema con cada glóbulo rojo y cada célula corporal.

De tener que imaginármelo, veo a un personaje retorcido, esperpéntico, rebuscado como alguna definición de Dalí, tosco y violento. Eso es la imagen que sugiere “el Teatro y su Doble” de su autor. Me sirve en este momento como “mediador evanescente” para hablar del tema en cuestión. Seguramente no habrá descubierto nada nuevo: el problema y la el camino de salida (enfermedad y remedio) estaban ahí, sobre la mesa. Pero Artaud las hizo carne. A veces me lo imagino llorando o angustiado y deprimido por sus fracasos. Esa figura romántica, sacada de un cuadro de Delacroix. Podría ocupar en este caso el lugar de la mujer de “la Libertad guiando al pueblo” o el del primero en avistar la salvación en “la barca de la medusa”. Pincelado efervescentemente, abarrotado por los contrastes de luces y sombras. Ese “espectro” que incomoda siempre, ese gesto de rebeldía mesiánica sin mesianismo alguno, como dice Derrida en “Espectros de Marx”.
Su crítica bien podría decirse que ha comenzado a encaminarse hoy en su búsqueda: hablamos del devenir, de la hipertextualidad, de los espacios fractales, cuestiones que corresponden en mucho con parte de sus postulados.
¿Que el mundo es relativo y está compuesto por medias verdades? “Por su puesto”, diría él. “¿Pero dónde está Dios?” Preguntaría. “Cada vez lo queremos menos” Confesaría su interlocutor. “¿Y el rey?”. “Me parece que soy yo, o es él. Ya no recuerdo”. “¿Y de adónde vienen?”. “Mmm…ayer comí estofado”. “¿Y adónde van?”. “…” El interlocutor calla.
Sugiero que estamos tan “suspendidos” que hasta nos hemos olvidado de que la “yuxtaposición de tiempos”, como cualquier otro postulado de la post-modernidad, es también una apuesta fuertemente metafísica (en un sentido artaudiano). Que aquello a lo que llamamos PRESENTE solo se completa por lo que le “roba” al PASADO al que eyecta para que podamos hablar de cierta “realidad”, y de su proyección en un FUTURO que lo selle “como pueda”. Esto, y que dicho procedimiento lo realicemos concientemente es los que llama Jameson “Historicidad cíclica” en relación con la 1º máxima de la modernidad (“No podemos no periodizar”) expuesta en “Una modernidad singular”: un verdadero doble movimiento entre la sincronía y la diacronía; más que una Historia, una Historiografía. (la modernidad como un efecto retórico, una nueva Categoría Narrativa).

Hace falta un pensamiento fuerte (en un sentido nietzscheano) que no refiera ya a la determinación de un absoluto, sino de una forma de encarar los acontecimientos. Esta es a mi juicio, la única forma de resistir a la compraventa de “lo dado” (esa “falsa conciencia alienante”), la única forma de que podamos hablar de “realidad”, no ya como esencia ni trascendencia, ni como algo dado que nos pasa por encima, sino como algo con lo que nos podemos relacionar física y directamente, así sea una máscara, una relación “amorosa”, como sugiere Vattimo. Una nueva forma de pensar al sujeto como lugar estructural del relato/realidad, esta “nueva metafísica” que sugería Jameson y que encarnó Artaud. De eso se trata el Teatro de la Crueldad, una verdadera conciencia aplicada, la búsqueda de un lenguaje que, sin poder dejar de serlo, por lo menos mantenga algo de ese vínculo ritual puro con las cosas. Este es el camino que lo lleva a Artaud a investigar en Bali y México, a Bretch a acercarse y poner en escena a los obreros, a Passolini a las lenguas y dialectos cotidianas; un camino cuyo sentido es descarnado, político y social, pero a su vez natural y metafísico.
Solo un arte que encarne este modelo, puede generar una verdadera “elaboración” del trauma, determinandolo como horizonte.

Y si con el teatro no basta, deberemos probar con el cine.

Crítica de “La mujer sin cabeza” de Lucrecia Martel

Pocos son los directores argentinos de la actualidad que, a mi entender, manejan tan bien los detalles de una buena narración. Seguramente Lucrecia Martel se encuentra muy bien “rankeada” en esa proliferante y cada vez más larga nómina. Con apenas tres películas, esta directora ha alcanzado un perfeccionamiento y un estilo propio que superó el obstáculo gigante que es para un realizador el éxito de su opera prima.
El paso que hay entre “La ciénaga” y “La mujer sin cabeza” está marcado por la relativa pequeñez de “La niña santa” que trata de mantenerse de pié, y creo que con bastante dignidad y firmeza, respecto de su exitosa antecesora. “La mujer…” ciertamente es la consolidación de ese estilo. Me refiero al estilo como forma de contar. Podríamos decir que los temas y los climas, acaso determinados por los lugares en que sitúa sus películas, no varían sino que se mantienen en una misma línea. La forma es la que se va depurando con cada plano. Aquí esta la magia de la película: los detalles. Martel es reconocida por su obsesiva tendencia a la perfección sonora y compositora de cada encuadre a la que le suma un manejo sorprendente de los planos visuales cambiantes, focos y desenfoques, entradas y salidas o movimientos dentro de cuadro, desencuadre, un lente con aberraciones marcadas en la escena final, y todo aquello que sugiere con cada elemento.
La narración es una narración “en secreto”. Podríamos decir que la premisa “lo importante no es ya el qué sino el cómo” es, por más cliché que suene, el cimiento de la estructura que prefiere sugerir antes que mostrar, logrando así una tensión trágica y mortal que ya es característica del cine de Martel. Es justamente este manejo del detalle en función del sugerir, lo que posiciona al espectador en el mismo lugar que la protagonista (Maria Onetto); un espacio cero desde donde se descubre y redescubre, se duda y se obsesiona con el mundo que sucede y que le exige una respuesta. Como Monica Vitti en “El desierto rojo” de Antonioni: no entendemos porque los personajes mismos no entienden, y porque en última instancia es imposible hacerlo sin perder la potencia de lo mítico que posee lo escamoteado. Ese es “el secreto”. La maestría del film está no en el cómo abarcarlo, sino en cómo rodearlo e increparlo, cuestionarlo constantemente, conciente de que no se puede más que dar un todo equivalente en potencia; una narración “acéfala”, ya que viene al caso. Eso es “La mujer sin cabeza”.
Por último, cabe decir que a mi entender tiene dos momentos, dos planos que no funcionan en el sentido que no aportan nada a la narración: uno es la escena entre Onetto e Inés Efron en la habitación; y otra uno de los planos finales de ella en el hall del hotel filmado en cámara lenta.

"FUMAR" filminuto realizado en 16mm.

"FUMAR" es un nuevo montaje de "EN EL MISMO LODO (instantes nocturnos)".

ENLACE:

http://www.youtube.com/watch?v=QwJRGSfjPWQ