El contenido de este blogspot son ensayos, artículos, críticas u opiniones acerca del cine y del arte en general. Por favor, no mal-interpretar las intenciones: en el cine como en el arte no hay verdades absolutas, y lo que haya a continuación no es más que un punto de vista por momentos humilde, por momento pretenciosos. Para más info acerca de los objetivos de este espacio, por favor, remontrse a la primera nota.
"PRUEBA=NO ERROR"

LOS CUERPOS - variaciones con Duras

Año 2011. Es invierno.
Un volcán chileno hace erupción a 1451.07 kilómetros de Nueva Pompeya, localidad situada al sur de Buenos Aires.
De su cráter brotan hordas de humo y polvo volcánico que llegan a la estratosfera y se dispersan por el aire, dando la vuelta al mundo en apenas 12 días.
Buenos Aires amanece escarchada y blanca. Sobre los autos y veredas, la ceniza muerta y extranjera se cuela entre las hendijas de ventanas y puertas como la muerte o la desgracia, dejando una delgada capa de polvo que nadie interpreta hasta que no lo dicen las noticias.
Se cancelan vuelos; se reportan problemas respiratorios; se paraliza el turismo. Miles pierden su trabajo. No se señalan muertes directas.
La imágenes recuerdan al Hongo Atómico. Pero filmado en colores.

Un joven recorre las calles de Nueva Pompeya usando una bufanda como barbijo y abrigo.
En su casa, esa tarde, sintió la necesidad de no estar ahí. De salir a caminar. La noche era su coartada.
Camina rápido y habla solo para palear el frío.
Mantiene un diálogo real con un o una partener imaginario/a. El tono es agresivo y solemne, como una telenovela. Apenas nota la delgada capa de polvo en las cosas.
En la calle no hay nadie. El frío penetra como las cenizas. Las luces amarillas de la calle le dan a la escena un aire teatral.
Algo de lo que dice le parece estúpido. Se olvida la letra. El vapor de su respiración se mezcla con las volutas de humo que salen de su cigarrillo y del que prende inmediatamente después.
El humo le recuerda las fotos que vio esa tarde en los noticieros: las del volcán.
No les prestó atención entonces. Argumentó indiferencia y hastío como hubiese hecho cualquier preso seguro de no merecer su condición.

Recuerda: Una mujer entra en una habitación en penumbras. El cuarto parece antiguo, colonial. Las paredes tienen manchas de humedad. Algunos pocos adornos y muebles pequeños hechos de hierro y madera rústica; un retrato con unas flores medio secas y un crucifijo completan la escena. Muy lentamente atraviesa de uno a otro lado el cuarto. Todavía está descalza. Viste las mismas ropas que llevaba la noche anterior y el pelo recogido, pero desarreglado. Se mueve con sutileza, como si bailara en un ralenti. Se acerca a los postigones de madera espesa y gastada y se para frente a ellos. De un solo movimiento los abre de par en par, desbordando con la luz naciente de una madrugada de verano. La escena se interrumpe inmediatamente.

Se acuerda de otros cuerpos.
¿Porqué vivirá en una ciudad cuyo nombre recuerda a otra a 11206.79 km de distancia, en otro hemisferio, en otro continente?
¿Qué relación existe entre las dos ciudades? ¿Qué relación guardan las personas?

¿Qué fue lo último que habrán pensado esos cuerpos? ¿En quién?
¿Cuánto habrán sufrido?
¿Sabían que algún día despertaría el gigante y los cubriría con lava? Y si lo sabían, ¿por qué vivir ahí?

¿Porqué siento que yo también podría haber estado ahí? ¿Porqué creo que me miran?

A veces se siente petrificado.
Estático como el paisaje de una ciudad en una noche de invierno.
Silencio.
Es el sonido que le antecede a una explosión.

Pasa un tren sin pasajeros, pero con las luces prendidas que desbordan por las ventanas que pasan rápido, intermitentemente.

Recuerda apenas algunos fotogramas de películas.
Nunca tuvo memoria para las imágenes ni los nombres, pero no se olvida de los la forma en que un rayo de luz golpea un cuerpo.
En cambio recuerda los olores y las temperaturas.
No se olvida de los rostros ni de los cuerpos. Y si se olvida erige monstruos bellos y eternos en su lugar. Los inventa porque le teme a la realidad. “A la realidad y al tiempo”.
Confía en los monstruos.

Le dan miedo las sombras. Apura el paso.
Corre por la ciudad sin documento, cruzando fronteras; esquivando balas y estallidos; corriendo una maratón; escapando del desastre, abriendo los pulmones para respirar mejor. Juega.

Plaza.
Se pregunta si es cosa del destino sufrir las inclemencias de un volcán.
Se pregunta por el hombre cuando está frente al Gran Hongo.
Se pregunta cosas.
Divaga mientras recupera el aliento, prendiendo otro cigarrillo.

Descubre:
El humo es el hilo conductor de la historia.
El humo delata al fuego.
El fuego libera el aire de las cosas, los devuelve a su estado en forma de voluta impura, hasta que se funde y desaparece, como si nada hubiera pasado. Y sin embargo ya no hay más leña, ni fuego, ni humo.

¿Será que es cómplice de algo y no lo sabe o no lo dice? ¿Tendrá que pagar o ya lo habrá hecho?

¿Qué era para ti Hiroshima?
El final de la guerra, quiero decir, del todo.
¿Que es para tí el volcán?
La urgencia; el estupor.
¿Qué era para tí Pompeya?
La terrible indiferencia.
¿Qué soy para tí?
El miedo.

Nunca creyó en eso que le dicen “teoría de los dos demonios”. Siempre le pareció una estupidez.
Reflexiona callado, atando cabos sueltos que aparecen intermitentemente a gran velocidad, sin procesar los nudos y las terminaciones.

Esto se repetirá.
Habrá diez mil grados en la tierra. Diez mil soles, dirán. El asfalto arderá. Reinará un profundo desorden. Toda una ciudad será levantada del suelo y volverá a caer convertida en cenizas.

¿Cómo iba yo a imaginarme que esta ciudad estuviera hecha a la medida del amor?

¿Por qué no tú?
¿Porque no tú?

Repite y transfigura frases de solemnidad similar.
Las habrá robado de algún libro/canción/película de manera adolescente. Pero insiste.
Al volver a su casa buscará sus fuentes. Las revisará. Se tomará su tiempo. Tal vez escriba algo o lo ponga en internet para que nadie lo note. O tal vez no.
Lo seguro es que al llegar a su casa se topará con la sentencia célebre:

Empiezo a olvidarte. Tiemblo de pensar que he olvidado tanto amor.
Dentro de unos cuantos años, cuando te haya olvidado, y cuando otras historias como ésta, por la fuerza de la costumbre otra vez, vuelvan a suceder, me acordaré de ti como del olvido del amor mismo. Pensaré en todo esto como en el horror del olvido. Lo sé ya desde ahora.
Lloraremos al día muerto con conocimiento y buena voluntad.
No tendremos ya nada más que hacer, nada más que llorar al día muerto.
Pasará tiempo. Solamente tiempo.
Y vendrá un tiempo.
Vendrá un tiempo en que ya no sabremos dar un nombre a lo que nos una. Su nombre se irá borrando poco a poco de nuestra memoria.
Y luego, desaparecerá por completo.

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